Y ahí estaba yo. Con mi remera favorita manchada por migajas
de cartón quemado. Llevando en mis manos la Poesía
completa de Alejandra Pizarnik (libro acostumbrado a estos vaivenes), las
fotocopias para los libros, las tapas de cartón barato y dibujos preciados.
Recién, en la tenue sombra clara de la Biblioteca, junto a
Mica y Jackie habíamos terminado con un proyecto que más que nada parecía ya un
capricho delirante.
Así, como me describí, cerré la Biblioteca y salí a una
calle inundada por las nubes que presagiaban lluvia.
El cartón, quemado en sus lados por un terco encendedor,
estaba decorado por manos artesanas, por manos andariegas.
Luego de un par de meses, se había culminado otro más de los
proyectos. Quizás me sentía mal por su falta de éxito. Pero no me importaba,
estaba hecho. Ese era mi triunfo.
Hacia malabares con las manos cuando cruzaba la esquina de
mi casa. De todas formas, el ovillo de hilo sisal rodó por la vereda. Los
vecinos me miraba tan extrañados como de costumbre.
Incliné mi cuerpo en busca del ovillo, sosteniendo cartones,
fotocopias y libro sin otra consecuencia que el hecho de que el ovillo se haya
ido cada vez más lejos.
Entonces sucedió. Sonreí. Sonreí como hacia tiempo no
sonreía. Con los vecinos mirando como jugaba con un ovillo de hilo sisal que
rodaba por la vereda, mientras la lluvia se profetizaba y yo disfrutaba.
Hubiera deseado una foto de ese momento. Porque así, cayéndose,
quemada, artesanal, es mi vida.
Y eso me hace sonreír y eso me hace especial. Tengo mi
historia, mi ovillo de hilo sisal, que de vez en cuando se desarma y se hecha a
rodar. Mi hilo sisal, que se despelota en cientos de hebras tan difíciles de
manejar. Y me alegra que eso también suceda conmigo, que mi vida tenga cientos
de hebras. Y que de vez en vez ruede por el suelo bajo miradas extrañadas.
Kevin
Muy linda comparación! :)
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