Conocí a una mujer que ataba panaderos con hilos de coser y los colgaba del techo de su habitación.
Conocí a un hombre que desviaba su camino diario para leer las inscripciones hechas en las hojas de las pitas de un parque de Cordóba.
Conocí a una viejita que cocía colchas con montones de flores de colores. Cuando llegaba casi al final, dejaba un largo hilo y las guardaba. "¿Por qué?" preguntábamos. Ella reía. "Porque quiero dejar cabos sueltos", decía. Y seguía riendo.
Conocí a un hombre que descrubrío la luna nueva a través de la ventanita de su cuarto. Hizo una cita con ella y allí la espera. A veces, lleva a otra gente y comparte su vaso de vino.
Conozco a una mujer, lavandera, que para entretener a su niño, tallaba animales en el pan de jabón.
Tuve un amigo que iba a las plazas, en los atardeceres, se subía a un banco y recitaba poemas. "Puedo escribir los versos más tristes esta noche" decía. Y la gente se acercaba, con reservas y lo escuchaba en silencio. Después, pedía más. Pero él se iba cuando sentía que su tiempo se había cumplido.
Laura Devetach, en La construcción del camino lector.
No hay comentarios:
Publicar un comentario