Un abrazo en Rio Gallegos, el 12/2 de este año,
durante la "Lluvia de Abrazos" que organizo la Comunidad de los Abrazos.
Mis amigas siempre me empujaron para que siguiera escribiendo. No
voy a olvidarme de mi primer mejor amiga, a los cuatro o cinco años,
que me pedía rimas para ponerles música y cantarlas. Aunque después,
con el tiempo, tuvimos que soportar la horrible sensación de la
separación abrupta, porque se la llevaron a otra provincia. Se fue y no
la pude abrazar.
Pero conocí a quien sería mi mejor amiga hasta
la adolescencia, con la que compartiría muchos juegos, muchos veranos.
También ella me ayudo, y acompaño miles de renglones con tachones y
borrones a lo largo de mi primaria e inicio de mi secundaria. Hasta que
en un momento, la palabra, que antes ame, no me ayudo, jugó en mi
contra y a mi amiga la vi correr tras un hilo de tinta seca y quebrada,
y no pude siquiera abrazarla.
Entretuve mi cabeza inventando lo
imposible, soñando pasados que no se pueden reconstruir y de pronto, me
di cuenta, y desperté mirando lo real a mi alrededor.
Siempre me
gusto escribir porque cuando lo hago no existe nada más. El papel es mi
cuerpo, necesito dejar volar mis manos en el plano de mis extremidades,
y flotar entre los trazos animados, los sentimientos que me invaden. Me
gusta rozar las manos de quienes sienten como yo, percibir sus propias
palabras vibrando en el espacio.
Por eso pido abrazos. ¿Entendés
por qué pido tus abrazos?, ¿Qué tiene de malo soñar un sentir tan
confortable? Mi cuerpo se desarma, se desgrana, se desenreda entre los
brazos de quienes me lograron sentir, y vuelvo a ser una, y me siento
entera.
Así entonces, cuando logro la metamorfosis, cuando puedo por fin escribir, recibo esos miles de abrazos, que me apasiona sentir.
Paula
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